El sexo un bien de consumo

¿A quién asombra el incremento de los delitos sexuales en un 20%? A mí no, en absoluto. Recientemente un muchacho acudió a una discoteca de las afueras de la ciudad, en ella conoció a una joven, bailaron, bebieron y consumieron cocaína. A las 7 de la mañana se subieron al coche de él, se trasladaron a un lugar apartado, y el pretendió mantener relaciones sexuales con ella, a lo que esta se negó. Él un joven normal, como cientos, estimó que tenía derecho a acostarse con ella, y la violó. Era incapaz de entender que ella dijera que no, que tenía derecho a decir no.

El sexo se ha convertido en un objeto de demanda, en un bien de consumo más. La palabra más buscada en Google es la expresión “sex”. La respuesta que devuelve el buscador nos deja atónitos, 535 millones de páginas se refieren de forma explícita al sexo. Este creciente interés por el sexo discurre paralelo al tránsito que este experimenta desde el ámbito de lo privado, de lo íntimo, hasta lo público, lo desinhibido. Los programas de televisión, los reality-shows, o incluso determinados libros con la impronta de seriedad, nos muestran como normal, usual, como un derecho adquirido el mantener relaciones sexuales, como una necesidad más a satisfacer, y da igual comprar sexo, que practicarlo ante el público, o incluso el mantener “relaciones sexuales con dos lolitas de 13 años”.

El sexo, a través de esta especial forma de presentarlo, llega a los adolescentes, a los menores, y conlleva consecuencias como convertir a España en el país en el cual se inician más tempranamente los adolescentes en el sexo. El sexo forma parte de la cotidianidad y lo hace como un habitual.

No seré yo quien mantenga la necesidad de ningún régimen especial de censura o castidad, pero sí que considero la necesidad de dejar bien claro que en el sexo no vale todo. La habitualidad del sexo en la vida diaria, la normalidad en el tratamiento del sexo, no implica la adquisición de derecho alguno a obtener la satisfacción de las necesidades sexuales, y por supuesto no puede implicar la estimación que se ostenta el derecho a demandar el mantenimiento de relaciones sexuales en el curso de cualquier relación sentimental u ocasional y con ello, la consecuente obligación de la otra parte a satisfacer ese deseo.

Estamos cansados en los juzgados de ver casos de abusos sexuales consecuencia de ese malentendido derecho a considerar que toda noche de fiesta acaba con sexo, da igual que la otra parte consienta o no consienta, o incluso, lo que es más frecuente, da igual que la otra parte pueda o no consentir, cuanto más bebida o cuanta más coca se haya metido más favorece las cosas, y ¿por qué no aprovecharlo?

La palabra “respeto”, que antes tanto usaban nuestros mayores, debe ser hoy sustituida por la de “limite”, y no es tan difícil entender la existencia de barreras infranqueables, que vienen constituidas por ese derecho a la integridad sexual de que disponemos todos. Cuando se rompe esa barrera llega el delito, pues no es lo mismo que me abran la puerta, a derribar esa puerta, ya sea por la fuerza o aprovechándome de cualquier otro engaño.

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